La Palabra de Dios enseña llanamente e universalmente que todos los seres humanos son, desde la caída de Adán, nacidos en un estado de la depravación total: perdidos, corruptos en el corazón, condenados bajo la maldición de la ley santa de Dios, y completamente incapazes de quitar esa maldición o de cambiar su condición. En hecho, la depravación del hombre es tan entera y completa que él no puede incluso hacer ninguna contribución para quitarse la maldición de la ley, o de cambiar su condición. ¡El hombre caído no puede incluso hacer un movimiento hacia Dios, mucho menos en traérse de nuevo a Dios!
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